Para empezar, el título no le pega. No, no le pega. No es una historia que se base en la lágrima fácil de la desastrosa situación de África, cayendo en mitos de lágrima fácil sobre madres y niños muertos de hambre. Con esto me refiero a que la novela, aunque denuncia la situación social de África, no lo hace cayendo en los tópicos.
Descargadlo aquí por MU.
Es la historia de unos niños que viven en una aldea de Etiopía. Su profesora, una mujer llamada Margaret que lleva cuarenta años viviendo allí, da gracias cada día porque sus niños sean niños afortunados que no pasan ni hambre ni calamidades. Pero de pronto, un día cualquiera en una maravillosa mañana, el cadáver de un soldado aparece flotando por el río... y detrás de él vendrán los vivos a reclamar venganza contra un grupo de inocentes.
El autor es Alberto Vázquez Figueroa, uno de mis escritores favoritos. Está perfectamente narrado, le coges muchísimo cariño a los personajes desde el principio y la forma de presentarte África, desde sus selvas y acantilados enormes hasta sus cataratas insalvables, sus desiertos mortales y la estepa fácilmente prendible de Chad, hasta los soldados, los muertos de hambre, las tribus africanas más antiguas y el efecto del mundo occidental en un continente que se muere de hambre.
Sólo 246 páginas. Final precioso. Muy bonito. Muy recomendable! Pero como siempre digo, es mejor que lo valoréis vosotros. Como no os quiero destripar nada os pego un cachito de la primera página.
Nadie entendió jamás la razón de aquella guerra.
Y es que era - como la mayoría - una guerra irracioanl.
Quizá la más irracional de todas ellas.
Hacía meses que los aldeanos comentaban que día a día se iba aproximando, pero ninguno de ellos tomó clara conciencia del peligro hasta que una tranquila mañana Ajím Bikila, cuyo pupitre era el más cercano a la ventana, se puso en pie de un salto para exclamar señalando hacia fuera:
- ¡Un muerto! ¡Allí hay un muerto!
La señorita Margaret estuvo a punto de expulsarle airedamente temiendo que se tratara de una más de sus estúpidas bromas, pero ante la terca insistencia prestó atención y tuvo que buscar apoto en la pizarra al comprobar que, efectivamente, el cadáver de un hombre descendía mansamente por el cdentro del río.
Los muchachos abandonaron de inmediato el aula, al poco se les unieron los chiquilos del curso inferior, y fue así como una treintena de niños y dos de sus profesoras se agolparon a orillas del tranquilo riachuelo a observar en silencio cómo el agua arrastraba una masa oscura que flotaba boca abajo, como si buscara en el limo del fondo un hálito de la vida que le había abandonado corriente arriba.
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