Come, reza, ama - el libro

7 / 10

Elizabeth  Gilbert, o Liz, es una mujer americana que lo tiene todo: la casa inmensa, el marido perfecto, el trabajo de sus sueños y un sinfín de razones para ser feliz. Pero no lo es. Todas las noches se arrastra fuera de su cama, se acurruca en un rincón del baño y llora desesperada sin saber por qué, sintiéndose un fracaso, sintiéndose una mala persona por dejar de amar a un hombre tan maravilloso como su marido.

Tras un horrible divorcio y un enganche con un jovencito que llega a considerarla insoportable, Liz se plantea seriamente el suicidio. Es entonces cuando vuelve a lo básico, se vacía por dentro y decide experimentar, por una vez en su vida, todos los placeres del mundo repartidos en tres países: en Italia conocerá el placer corporal e intelectual al comer como un animal y deleitarse en los placeres de la pasta. En la India aprenderá a rezar, a conocerse por dentro y a perdonarse y en Indonesia, por último, aprenderá a amar de nuevo.

Lejos de lo que nos quiere vender la versión comercial de la película, el libro es una especie de libro de autoayuda único y propio, basado en hechos reales y escrito en primera persona que te hace vivir de cerca la angustia y las idas de olla de una mujer desquiciada en el mundo moderno. Mientras ella te cuenta cómo llora, cómo se harta a antidepresivos y cómo se va liberando de todo su lastre emocional, aprendes a sentar la cabeza y a relajarte con ella. 

Todo en el aura del libro es pesado y a la vez simplón, hecho para personas que jamás han conocido la meditación o el mundo del yoga tanto hindú como indonesio. Al lado de Liz aprendes que tú puedes ser parte del cosmos y que el cosmos está en ti, y te hace perder el miedo a viajar por países extravagantes y problemáticos como puede ser la India. Es cierto que en algunas partes el libro se hace... duro y algo aburrido, pero en otras te mata la intriga por saber qué ocurrirá.

Yo lo leí y me gustó bastante ;D  Vosotros podéis leerlo también desde aquí. ¡Y contadnos qué os parece desde nuestra página de facebook!



Ya no quiero estar casada. No quiero vivir en esta casa tan grande. No quiero tener un hijo.
Pero lo normal era querer tener un hijo. Tenía treinta y un años. Mi marido y yo —que
llevábamos ocho años juntos, seis casados—, habíamos basado nuestra vida en la idea
compartida de que a los treinta seríamos los dos unos vejestorios y yo querría sentar la cabeza
y tener hijos. Para entonces, pensábamos, me habría hartado de viajar y estaría encantada de
vivir en una casa enorme con mucho ajetreo, niños, colchas hechas a mano, un jardín en la
parte de atrás y un buen guiso borboteando en la cocina. (…) Pero descubrí —y me quedé
atónita— que yo no quería lo mismo que ella. En mi caso, al rebasar la veintena y ver que los
TREINTA se acercaban como una pena de muerte, me di cuenta de que no quería quedarme
embarazada. Estaba convencida de que me iban a entrar ganas de tener un hijo, pero nada. Y
sé lo que es empeñarse en algo, creedme. Sé bien lo que es tener una necesidad perentoria de
hacer una cosa. Pero yo no la tenía. Es más, no hacía más que pensar en lo que me había dicho
mi hermana un buen día, mientras daba el pecho a su primer retoño: “Tener un hijo es como
hacerse un tatuaje en la cara. Antes de hacerlo, tienes que tenerlo muy claro”. 




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